Gal 5.6
“Porque en Cristo Jesús ni la circuncisión vale algo, ni la incircuncisión, sino la fe que obra por el amor”.
Al leer el libro de Proverbios nos daremos cuenta de que Dios rechaza a los arrogantes, pero eso no significa que para complacerlo debamos vivir con baja autoestima apartados de todos los demás seres humanos ni de las cosas que nos rodean y hacen parte de nuestra vida diaria. Ninguno de los dos extremos refleja quiénes somos en Cristo. De hecho, ambos son una forma de orgullo, ya que implican que nosotros determinamos nuestro valor, en vez del Señor.
Cristo dijo: “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer” (Juan 15.5). Es posible que los apóstoles se desanimaran al escuchar que no había nada que pudieran hacer solos, pero también escucharon al Señor decir que la comunión con Él era la clave para llegar a convertirse en quienes Dios quería que fueran, pues para Dios todo es posible, Y mirándolos Jesús, les dijo: Para los hombres esto es imposible; más para Dios todo es posible. (Mt 19.26).
Para valorarnos, debemos primero valorar al Señor. Al descansar en el Espíritu Santo, nos convertimos en recipientes de su poder, sabiduría, misericordia, paz y amor. Depender de Él es el camino hacia la confianza verdadera.
Reflexionemos en lo siguiente
¿Cómo cambia nuestra perspectiva cuando ponemos nuestra confianza en la capacidad de Dios, no en la nuestra?